martes, 13 de julio de 2010

La mala práctica

La mala práctica
Julio Mariñez

Un rápido paseo por la prensa, tanto en su sección internacional como nacional, nos llena de pesadumbre al percibir que las cosas no marchan bien.

A nivel internacional observamos como en Latinoamérica, a despecho de los índices de crecimiento económico, la brecha de desigualdad no se reduce realmente. En algunos países, como Chile, amplios sectores alcanzan elevarse en la escala social; pero se enfrentan a nuevos retos que le depara un mundo competitivo en el cual el acceso a la información no los rescata de la incertidumbre del mercado neoliberal.

En otros, el crecimiento es más lento que la suma de nuevos pobres. La educación se masifica pero pierde en calidad. Crea expectativas que luego, inmensas masas, no pueden satisfacer ya que realmente poseen títulos pero no herramientas para transitar con éxito los exigentes retos de la vida contemporánea y los hunde en un mundo de contradicciones y frustraciones.

Los países que se catalogan de avanzados o desarrollados se encuentran en un ciclo que pareciera largo (Nicolai Kondrantieff), por lo intermitente, de crisis económica aderezado con el tema del terrorismo, que aunado al bombardeo de la información y graves problemas de desviación social en sus generaciones jóvenes y de mediana edad, crean niveles de estrés que preocupan a dirigentes y estudiosos de la sociedad.

Aquí en nuestro medio caribeño y asoleado, nos enfrentamos a muchos de los problemas que aquejan al mundo que nos rodea. Con un agravante. Que estamos contagiados con el virus de la inarmonía que afecta a vecinos cercano como Colombia, Ecuador, Nicaragua, Perú o Venezuela. La experiencia de esos países nos enseña que sin dialogo entre las partes en pugnas, más allá de los sectores políticos, ponen entredicho la posibilidad de soluciones reales en plazos que se puedan considerar de corto o mediano tiempo.

Aquí se impone un gran dialogo nacional. Que participen todos los sectores sociales. Partidos, académicos, gremios, económicos, sindicatos, vecinales, entre otros. Que representen al conjunto de la sociedad: pobres, clases medias y altas.

La suerte que corre la democracia dominicana no será venturosa si transita sobre rieles de autoritarismo, ilegitimidad y desequilibrio económico y exclusión social. Los índices de crecimiento que se presentan a los organismos internacionales no se refleja en pan en la mesa del dominicano pobre y en oportunidades que reduzca la emigración de cerebros que son necesarios para el desarrollo de nuestro país.

Las últimas elecciones congresuales y municipales pusieron al descubierto muchas deficiencias del sistema político dominicano. Hay un mensaje imperativo que subyace en la gran mayoría del pueblo, para garantizar la paz ciudadana. Participemos todos en el surgimiento de la esperada Ley de Partidos y una nueva JCE imparcial y cambiar, para no recorrer el mismo sendero de vecinos cercanos.

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