Julio Mariñez Rosario
Asistimos a la toma de posesión del tercer mandato del presidente Leonel Fernández. Un ejemplo más de un cuestionado triunfo electoral, al que ya muestra que no corresponde a un éxito político. Y la afirmación se sustenta en la tradición política de Latinoamérica.
Generalmente, la reelección se percibe en nuestra región iberoamericana como una desviación personalista. De allí que los políticos que buscan formalizar gobiernos sobre la base de instituciones consolidadas han promovido constituciones que impiden el mandato interminable de una persona o claque gobernante. Pero hoy vemos que Latinoamérica pareciera que vuelve sobre pasos transitados, los cuales no presentan, salvo el caso coyuntural de Colombia, buenos resultados.
Alberto Fujimori, en Perú, forzó una reforma en 1993 que en 1995 le permitió presentarse y ganar unas elecciones altamente cuestionadas. Luego maniobró sobre la base de un artilugio jurídico, con poderes públicos mediatizados, y sobre la base de una denominada “interpretación autentica” de la constitución, para presentarse a una segunda reelección. Los resultados son hartos conocidos: triunfo electoral cuestionado, crisis política, huida al Japón y hoy sometido a la justicia peruana por diversos delitos.
El gobierno de Carlos Saúl Menem, en Argentina, se aventuró a la reelección. En 1996, dos años después de Menem, su par brasileño, Fernando Henrique Cardoso, igualmente ambicionó alargar en el tiempo su posición de poder. Ambos experimentos fueron desastrosos, más para Argentina que para Brasil, ya que Lula da Silva ha resultado un estadista que supo superar la crisis económica que heredó del segundo gobierno de Cardoso.
Latinoamérica transita temerosa hacia la reelección. Catorce de dieciocho países latinoamericanos permiten la reelección de una u otra manera, aunque no indefinida. Ecuador y Costa Rica, países que hasta 1998 el primero, y el 2003 el segundo, la impedian, retornaron a la reelección en sendos periodos consecutivos.
La experiencia de Colombia y Venezuela aparecen contradictorias. En Colombia se argumenta que las derrotas que han sufrido las FARC y otros grupos insurgentes se deben en buena medida a la continuidad de una política de enfrentamiento al fenómeno narcoguerrillero. O sea, un argumento coyuntural. En Venezuela, tras aceptarse en la constitución de 1999, el pueblo venezolano le dijo no a la reelección indefinida. O sea, que el pueblo considera que un proceso de cambio no puede sustentarse en un solo dirigente ya que sería efímero.
El vaivén de la política latinoamericana ha colocado la reelección en el tapete de la discusión pública. No se ha aceptado la reelección indefinida. Evidentemente la reelección parcial ha sido aceptada presionada por factores coyunturales que motivan decisiones circunstanciales. Hasta ahora la historia ha dejado mal parados a los reeleccionistas y, salvo el experimento colombiano que tiene características sui generis, la reelección no es un sistema que le brinde estabilidad y prosperidad a ningún pueblo regido por un sistema presidencialista de gobierno. Esperemos que el presidente Fernández no escuche a la claque gobernante y no someta al país a una crisis mayor de la que ya estamos sufriendo aspirando a perpetuarse en el poder.
Publicado en el Listín Diario, 20 de agosto de 2008
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