lunes, 9 de junio de 2008

Legalidad, no legitimidad

Legalidad, no legitimidad
Julio Mariñez Rosario

La legitimidad siempre es la esencia en la agenda del poder democrático. Autores consideran la legitimidad como el atributo del gobierno que logra la obediencia sin que sea necesario recurrir a la violencia, salvo casos de excepción. Se parte de la idea de consenso, por lo que la obediencia se manifiesta por medio de la persuasión, la adhesión.
Cuando una idea se acepta como válida por la sociedad y se desarrolla un conjunto de valores que los ciudadanos y ciudadanas aceptan como deseables para regir la vida de la comunidad y para regir las relaciones del individuo con el poder, ese agregado de principios de aceptación general, conforma los pilares de la legitimidad. Jesucristo, al fundar la institución del matrimonio canónico, dejó establecida la legitimidad de la sucesión del poder en las monarquías a través del hijo primogénito. Esta práctica fue modificada después de la Revolución Francesa. La democracia tiene en República Dominicana aprobación general, y el principio fundamental se basa en el ejercicio libre del voto para que este se contabilice y se obtenga una expresión real de lo que quiere la ciudadanía.
Cuando se utilizan mecanismos perversos para obtener el poder, se puede argumentar que son legales, pero carecen de legitimidad. Se está burlando a la gente. En cambio, a medida que los valores democráticos planteados son aceptados y practicados por el poder gubernamental, la legitimidad crece y se desarrolla. Lo mismo ocurre con los otros factores sociales. Pero, si ocurre lo contrario, si a lo que aspira la sociedad como sistema de poder y el ejercicio de gobierno es diferente, la legitimidad comienza a resentirse, manifiesta de diversas maneras su inconformidad y deviene en un proceso dinámico que desemboca en un sistema político ilegítimo.
La democracia plantea soluciones cuando le oferta a la ciudadanía mecanismos de alternabilidad, de manera que nuevos actores asuman la dirección del gobierno y puedan introducir los cambios que la sociedad exige. Ahora bien, cuando esta posibilidad se le niega a la población, bien por vías seudolegales, o totalmente contrarias al derecho, la legitimidad se resiente y el resultado es campo fértil para demagogos que, con sujeción a las reglas de la democracia, imponen regimenes autoritarios y caudillistas que luego impiden el ejercicio democrático, validos de leyes sancionadas por congresos sumisos que le confieren legalidad a sus actos.
Hitler llegó al poder cabalgando sobre la crisis de la democracia. No creo necesario abundar sobre los desmanes que sucedieron en las últimas elecciones en República Dominicana. Ya muchos lo han hecho y con lujo de detalles. El triunfo del gobierno continuista no despierta entusiasmo y la razón es simple: todos estamos consciente que las armas utilizadas para mantenerse en el poder son a todas luces, ilegítimas e incluso ilegales.
Pero el Presidente se encuentra allí, firmando cheques y comprometiendo el futuro de todo el pueblo dominicano. De esta realidad se desprende la inmensa responsabilidad del PRD como única fuerza social con capacidad para hacer frente al gigantesco peligro que nos enfrentamos: un Presidente con vocación totalitaria, una parte de la sociedad que ha sido envilecida aprovechándose de su pobreza, un sector endemoniadamente perverso que sólo piensa en su lucro personal y la enorme mayoría de los dominicanos y dominicanas que soñamos con un país en el que nuestras familias puedan desarrollarse en paz y prosperidad.
Debemos salvar la democracia. El PRD esta consciente del reto planteado. El PRD es del tamaño de su compromiso. Nuestra organización política deberá salir airosa de la confrontación, ya que debemos seguir siendo la garantía del futuro del pueblo dominicano.


Publicado en el Listín Diario, 09/06/2008

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